sábado, 29 de julio de 2017

De la normalidad democrática española al "venezolazo". Creando cultura política.

El país está hecho unos zorros, pero estamos bien, o más bien, estamos como de costumbre, es decir, como el sistema corrupto en el que vivimos quiere que nos acostumbremos a estar. La normalidad democrática se ha transformado en un sistema donde tenemos libertad para callar, para quedarnos en el sofá mientras nos desfalcan y para ver por televisión al presidente del gobierno declarando como testigo en un caso de corrupción de su partido; un caso tan descomunal que han tenido que partirlo en “piezas separadas” para que con algo de suerte se pierda alguna de ellas por el camino hasta que prescriba. También tenemos la libertad de pagar una multa si despotricamos del gobierno y la de pagar con pena de cárcel un chiste o un tweet que ofenda la memoria de los políticos fascistas que nos precedieron. Tirarle una foto a un policía biónico que apalea a un ciudadano por manifestarte contra lo normal es un desacato que tenemos el derecho de pagar con unas vueltas por el patio del correccional al que tengan a bien enviarnos. Todas estas libertades han quedado intactas. El sistema que nos hizo antisistema nos asegura hacernos la vida imposible dentro de la más estricta legalidad si se nos ocurre pensar que lo que ellos dicen que es lo normal no es lo normal. ¿De qué nos quejamos?

Todos esto es lo normal. Lo que ha pasado a ser un auténtico lujo es poder llegar a medio mes, comer todos los días y pagar la calefacción. ¿Una habitación propia? Eso es querer vivir por encima de las posibilidades que el sistema corrupto ha definido como posibilidad sólo para ellos. Sobre todo, si eres de izquierda, lo normal, según este sistema que ha esquilmado la hucha de las pensiones y que nos ha estafado 90.000. 000. 0000 de euros, es que vivamos todos apelotonados en piso de 40 metros con hijos y nietos, lo cual es, además, muy ecológico: reduce el consumo de gas en invierno. La unidad doméstica de izquierda se transforma así en una central termoeléctrica afectiva en la que pueden calentarse gratis los unos a los otros. Pero aquí no acaban todos los beneficios, queridos amiguitos: al reducir el gasto energético la pensión del abuelo se estira un poco más y así podemos pagar el transporte público para ir y venir al banco de alimentos, porque al banco de toda la vida ya no hay que ir. Todos son ventajas, pero nos quejamos de puro vicio.

Esos que se pasean semana sí y semana también por la Audiencia Nacional como presuntos corruptos, los que nos dijeron que la crisis llegó porque los pobres nos habíamos ido de vacaciones al Caribe,  y cuyos amigos empresarios y compañeros de partido han dado ya con sus huesos en Soto del Real por corruptos, o se han pegado un tiro, han puesto el listón a los políticos de izquierda muy alto, tan alto que tendrán que comprarse una pértiga si quieren superarlo: ir a la piscina se ha transformado en un acto inmoral e incoherente con la ideología marxista que bien valdría una dimisión. Los políticos de izquierda, según los principios de los presuntos corruptos, deben bañarse en su casa y a ser posible, con agua reciclada. Para acabar con el planeta ya están ellos, que son los dueños de todo.

Estos políticos, hijos del coito entre a inmaculada transición y la corrupción de toda la vida, a quienes los montadores de Ikea dejan millones de euros en los altillos, en cuyos aparcamientos se perpetran aparcamientos forzosos de jaguares sin su conocimiento, aquellos que nos pasaron la factura de los "volquetes de putas" que encargaron para divertirse en sus fiestas privadas, esos que hicieron obras absurdas para que su partido fuera bajo los efectos de las donaciones ilegales de esos empresarios modélicos a las elecciones, han creado "el venezolazo", un arma de destrucción masiva de preguntas incómodas: consiste en coger a Venezuela o cualquier cosa que pase por allí, y tirárselo a la cara o al micrófono de cualquiera que les pregunte por los casos de  corrupción o por cualquier cosa que les resulte inconveniente. Es su última creación política, pero no será la última.


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