El país está hecho unos zorros, pero estamos bien, o más bien, estamos como de costumbre, es
decir, como el sistema corrupto en el que vivimos quiere que nos acostumbremos
a estar. La normalidad democrática se ha transformado en un sistema donde
tenemos libertad para callar, para quedarnos en el sofá mientras nos desfalcan
y para ver por televisión al presidente del gobierno declarando como testigo en
un caso de corrupción de su partido; un caso tan descomunal que han tenido que
partirlo en “piezas separadas” para que con algo de suerte se pierda alguna de
ellas por el camino hasta que prescriba. También tenemos la libertad de pagar
una multa si despotricamos del gobierno y la de pagar con pena de cárcel un
chiste o un tweet que ofenda la memoria de los políticos fascistas que nos
precedieron. Tirarle una foto a un policía biónico que apalea a un ciudadano por
manifestarte contra lo normal es un desacato que tenemos el derecho de pagar con
unas vueltas por el patio del correccional al que tengan a bien enviarnos.
Todas estas libertades han quedado intactas. El sistema que nos hizo
antisistema nos asegura hacernos la vida imposible dentro de la más estricta
legalidad si se nos ocurre pensar que lo que ellos dicen que es lo normal no es
lo normal. ¿De qué nos quejamos?
Todos esto es lo
normal. Lo que ha pasado a ser un auténtico lujo es poder llegar a medio mes, comer
todos los días y pagar la calefacción. ¿Una habitación propia? Eso es querer
vivir por encima de las posibilidades que el sistema corrupto ha definido como
posibilidad sólo para ellos. Sobre todo, si eres de izquierda, lo normal, según
este sistema que ha esquilmado la hucha de las pensiones y que nos ha estafado
90.000. 000. 0000 de euros, es que vivamos todos apelotonados en piso de 40
metros con hijos y nietos, lo cual es, además, muy ecológico: reduce el consumo
de gas en invierno. La unidad doméstica de izquierda se transforma así en una
central termoeléctrica afectiva en la que pueden calentarse gratis los unos a
los otros. Pero aquí no acaban todos los beneficios, queridos amiguitos: al
reducir el gasto energético la pensión del abuelo se estira un poco más y así
podemos pagar el transporte público para ir y venir al banco de alimentos,
porque al banco de toda la vida ya no hay que ir. Todos son ventajas, pero nos
quejamos de puro vicio.
Esos que se
pasean semana sí y semana también por la Audiencia Nacional como presuntos
corruptos, los que nos dijeron que la crisis llegó porque los pobres nos habíamos
ido de vacaciones al Caribe, y cuyos
amigos empresarios y compañeros de partido han dado ya con sus huesos en Soto
del Real por corruptos, o se han pegado un tiro, han puesto el listón a los
políticos de izquierda muy alto, tan alto que tendrán que comprarse una pértiga
si quieren superarlo: ir a la piscina se ha transformado en un acto inmoral e
incoherente con la ideología marxista que bien valdría una dimisión. Los
políticos de izquierda, según los principios de los presuntos corruptos, deben
bañarse en su casa y a ser posible, con agua reciclada. Para acabar con el
planeta ya están ellos, que son los dueños de todo.
Estos políticos, hijos del coito entre a inmaculada transición y la corrupción de toda la vida, a quienes los montadores de Ikea dejan millones de euros en los altillos, en cuyos aparcamientos se perpetran aparcamientos forzosos de jaguares sin su conocimiento, aquellos que nos pasaron la factura de los "volquetes de putas" que encargaron para divertirse en sus fiestas privadas, esos que hicieron obras absurdas para que su partido fuera bajo los efectos de las donaciones ilegales de esos empresarios modélicos a las elecciones, han creado "el venezolazo", un arma de destrucción masiva de preguntas incómodas: consiste en coger a Venezuela o cualquier cosa que pase por allí, y tirárselo a la cara o al micrófono de cualquiera que les pregunte por los casos de corrupción o por cualquier cosa que les resulte inconveniente. Es su última creación política, pero no será la última.
Estos políticos, hijos del coito entre a inmaculada transición y la corrupción de toda la vida, a quienes los montadores de Ikea dejan millones de euros en los altillos, en cuyos aparcamientos se perpetran aparcamientos forzosos de jaguares sin su conocimiento, aquellos que nos pasaron la factura de los "volquetes de putas" que encargaron para divertirse en sus fiestas privadas, esos que hicieron obras absurdas para que su partido fuera bajo los efectos de las donaciones ilegales de esos empresarios modélicos a las elecciones, han creado "el venezolazo", un arma de destrucción masiva de preguntas incómodas: consiste en coger a Venezuela o cualquier cosa que pase por allí, y tirárselo a la cara o al micrófono de cualquiera que les pregunte por los casos de corrupción o por cualquier cosa que les resulte inconveniente. Es su última creación política, pero no será la última.
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